Después
de muchos días alejado del blog, retomo la escritura para despedirme de
Santiago Carrillo, fallecido ayer a la edad de 97 años. Para muchos de
nosotros, temprana edad.
Como
Buñuel, que gracias a dios era ateo, Carrillo, gracias a dios, no fue un santo.
Hoy la derecha recordará Paracuellos del Jarama como nunca (o como siempre).
Reinventarán la Historia a su medida, iluminando lo que les interesa y
oscureciendo lo que no, con ese miedo atroz que tienen a la cultura y a la
inteligencia, o mejor dicho, a que la ciudadanía sea culta e inteligente, y por
tanto, libre.
Resaltarán
las sacas, las fosas (sólo esas, por supuesto). Rescatarán papeles donde se
acusa a Carrillo, concretamente los fondos de la Causa General. La dominación roja en España.
Avance de la información instruida por el Ministerio Público (1943). Resumirán
el libro de Paul Preston, Holocausto Español, de 768 páginas, en la parte que
el historiador dedica al episodio de Paracuellos, obviando el resto de
atrocidades que en él se describen, principalmente aquellas perpetradas durante
los 36 años de dictadura. Donde Preston dice “no se puede negar implicación”
ellos dirán “Preston acusa a Carrillo”. Esos, los que después de un golpe de
estado, quinientos mil muertos en una Guerra Civil (casi la mitad lejos del
frente), miles de ejecutados después, dictadura, hambre, miseria, torturas,
represión… los mismos que después de todo esto sólo hablan del fracaso de la
República. Treinta y seis años de lavado de cerebro y aún quieren más. Si nuestra
historia se detuvo durante todo ese tiempo, ahora ellos la intentan obviar,
como si del gobierno de la República, elegido democráticamente en 1931,
simplemente hubiéramos saltado a 1978 y su amada Constitución de mierda.
Ayer
murió lo que les da pavor. Murió un testigo de la reciente y tenebrosa historia
de España. Un hombre lúcido que peleó antes, durante y después del 36 contra la
oligarquía, la sublevación y la dictadura. Pero no contra la democracia.
Después de 38 años de exilio volvió con la paz de los que han vivido demasiados
horrores. Y eso les aterroriza porque no
tienen excusas contra la paz. Ellos se manejan mejor en las guerras (de hecho,
no tienen reparo en meternos en ellas). Por eso rebuscan en la basura de los
demás y tiran la suya en casa del vecino.
Carrillo
tenía el don de la palabra. Pausado, inteligente, lúcido e informado.
Representaba todo lo que se han propuesto eliminar. Y no hablo sólo de su
ideología. Era algo más, algo que ellos ni siquiera pueden soñar. Era la voz en
medio de su alboroto, el sabio que señala la luna mientras ellos, necios, miran
el dedo.
Hace
ahora dos años falleció otro ilustre denostado, José Antonio Labordeta, dejando
un vacío enorme. Ayer se fue Carrillo. Hoy, sin duda, el mundo es un poco peor.
Hasta
siempre, Don Santiago.
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